En la segunda mitad del siglo XIX, la Argentina era para los inmigrantes europeos una suerte de El Dorado. Sin embargo, a decir de la escritora santafecina Norma Battù, “la segunda mitad del siglo XIX configuró un tiempo difícil, con conflictos permanentes. Argentina se estaba constituyendo como Nación, y hay que tener presente que fue un período en el cual entraron en contacto mundos disímiles, que generalmente no estaban preparados para vivir en armonía... Convivían distintos grupos humanos: aborígenes, afros, criollos descendientes de españoles (muchos de ellos con sangre de los dos primeros grupos) y europeos. En cada grupo había distintos subgrupos. La sociedad santafesina, en las colonias agrícolas, presentaba un complejo entramado. Se habla de ‘los europeos’, pero es erróneo afirmar que constituían un grupo compacto.”
San Carlos fue la segunda colonia santafecina fundada por los señores Beck y Herzog, en 1859, con familias italianas provenientes en su mayoría del Piamonte y la Lombardía. La empresa colonizadora Beck & Herzog, con sede en Suiza, había firmado un convenio con el Gobierno de la Provincia de Santa Fe, al cual había comprado las tierras con la condición de establecer en ellas doscientas familias. Poseía sucursales en Francia, Italia y Alemania. Sus agentes efectuaban propaganda, entusiasmando principalmente a los campesinos o a quienes tenían alguna profesión útil, como herreros, carpinteros, etc., para emigrar a la Argentina.
Según J. Perrone, los contratos estaban compuestos por una serie de artículos en virtud de los cuales se entregaba a cada familia “un terreno de veinte cuadras, el equivalente de unas treinta y tres hectáreas, los materiales necesarios para la construcción de un rancho, cuatro bueyes mansos, dos caballos, cuatro vacas lecheras con su cría y dos cerdos, los víveres necesarios hasta el valor de sesenta pesos... por persona adulta..., las semillas necesarias para sembrar el terreno...” Los colonos, a su vez, se obligaban, bajo apercibimiento de perder todos sus derechos a cultivar sus conseciones según lo acordado, a entregar a la administración, “en estado de exportación”, la tercera parte de su cosecha durante cinco años consecutivos a partir del 1 de junio siguiente a la llegada a la colonia, a entregar a los cinco años la mitad del aumento de las cuatro vacas y su cría, dos de los terneros recibidos al mismo tiempo, a dividir a su vez el producto de los cerdos, a someterse a las autoridades establecidas y observar escrupulosamente los reglamentos introducidos. Al cabo de los cinco años, la familia quedaba dueña absoluta de “su conseción de veinte cuadras, de todo aquello con que la haya dotado, de todos los animales, menos los que deberá entregar a la administración”.
Las concesiones se distribuían, además, de acuerdo al idioma de los inmigrantes y agrupando a católicos por una parte y a protestantes por la otra.
En la década de 1880 los italianos predominan en la Provincia de Santa Fe: representan un 70% del total de inmigrantes, seguidos por los suizos, españoles, franceses y alemanes.
Giovanni Vittorio (o Vincenzo) Alloa (1833), al que ya nos hemos referido antes, llega al puerto de Buenos Aires el 13 de noviembre de 1882, a bordo del barco Ville de Buenos Aires, procedente de Burdeos, Francia. Lo acompañan su esposa Maria Rosa Molineris y seis hijos de entre veintitrés y cuatro años de edad: Bartolomeo, Michele Antonio, Maria Margherita, Domenico, Giuseppe y Giovanna. Siendo Burdeos el puerto de embarque de nuestros viajeros, cabe preguntarse si a la travesía del Atlántico no le precedió una permanencia en Francia. En efecto, los que abandonaban el Piamonte para dirigirse a América del Sur se embarcaban en el puerto más cercano: Génova. Pero muchos otros iban a buscar trabajo al sur de Francia, cruzando –a veces a pie– la frontera ítalo-francesa por alguno de los numerosos pasos alpinos. Algunos eran trabajadores estacionales que, después de desempeñarse como jornaleros, peones o recolectores durante algunos meses, regresaban a sus tierras de origen. Esto volvía a repetirse al año siguiente. Otros conseguían un trabajo estable y se radicaban en Francia. Y aquellos que no lograban realizar sus aspiraciones en este país volvían a probar suerte partiendo para los Estados Unidos de América o los países sudamericanos. En el primer caso, se embarcaban generalmente en Le Havre, y en el segundo, en Burdeos.
Entre fines de 1882 y 1911 llegan también al puerto de Buenos Aires: Caterina Alloa (27 años), el 24 de noviembre de 1882; Giovanni Alloa (41 años), el 14 de diciembre 1882; Giuseppe Alloa (24 años), el 26 de septiembre de 1906; Giuseppe Alloa (25 años), el 14 de noviembre de 1911; y Bartolomeo Alloa (24 años), el 14 de noviembre de 1911. La primera lo hace a bordo del Savoie, procedente del puerto de Génova. El segundo se ha embarcado en Burdeos, Francia, a bordo del Ville de San Nicolás. El tercero llega a bordo del Città di Milano, procedente de Génova. El cuarto y el quinto lo hacen a bordo del barco Amiral Ponty, que ha zarpado del puerto de Le Havre, Francia. Todos ellos me resultan aún desconocidos.
Arriban también, el 28 de octubre de 1908 y el 20 de diciembre de 1928 respectivamente, Pietro Alloa Casale (24 años), a bordo del Re Vittorio, y dos Francesco Alloa Casale, el primero de 63 años de edad y el segundo, de 17, ambos a bordo del barco Conte Rosso, procedente de Génova. También estas personas me resultan desconocidas.
Se encuentran igualmente registradas las llegadas de: Giuseppe Aloa (34 años), el 28 de octubre de 1898, a bordo del barco Ducchessa di Genova, procedente de Génova, y Michele Aloa (35 años), el 23 de noviembre de 1886, a bordo del Matteo Bruzzo, procedente del mismo puerto. Por el año de nacimiento del primero, deducible de los datos consignados, podría tratarse del ya citado Giuseppe Alloa (1864), hijo de Matteo Alloa y Francesca Angonoa, de Carmagnola. En el segundo caso, no se encuentran coincidencias con ninguno de los numerosos Alloa de nombre Michele.
Volvamos a Giovanni Vittorio (o Vincenzo) Alloa y su familia. Sus primeros pasos por las promisorias tierras pampeanas lo conducen a San Carlos, colonia que, al igual que Esperanza, estaba por entonces bajo la jurisdicción parroquial de Coronda.
Su permanencia en San Carlos no fue, al parecer, muy prolongada. Es probable, en todo caso, que en los primeros años, Giovanni Vincenzo explotara tierras dadas en concesión por la empresa colonizadora o arrendadas a algún propietario. Lo cierto es que seis años después, el 1º Censo de la Provincia de Santa Fe de 1887 nos lo presenta como residente, con toda su familia, en la zona rural de Colonia Belgrano. Esta localidad, fundada en 1882, se encuentra a poca distancia de San Martín de las Escobas, donde transcurriría nuestro pionero Giovanni Vittorio el resto de su vida hasta su muerte, acaecida en 1889.
Hugo Alloa - Con el correr de las generaciones, Córdoba, 2008.
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