martes, 23 de octubre de 2012

Un poco de historia



Hace alrededor de dos mil quinientos años, o sea en el siglo V a.C, la llanura padana, en la que se encuentran el Piamonte y las otras regiones italianas septentrionales (Lombardía, Véneto y la parte norte de la Emilia-Romagna), fue ocupada por tribus gálicas, y recibió, por parte de los romanos, el nombre de Galia Cisalpina (más acá de los Alpes), en contraposición con la denominación de Galia Transalpina (más allá de los Alpes), con que se aludía a los demás territorios galos de las actuales Francia y Bélgica.

En el año 220 a.C, los territorios piamonteses fueron ocupados por los romanos. Dichos dominios comprendían la Galia Transpadana (región situada al norte del río Po) y la parte norte de Liguria.

Entre 58 y 51 a.C, la Galia Cisalpina, al igual que el resto de las Galias (Aquitania, Celtica y Belgica), fue invadida por César y anexada al Imperio Romano.

En el año 27 a.C, el emperador Augusto reorganizó las antiguas Galias, y el Piamonte pasó sucesivamente a formar parte de las IX y XI regiones del imperio.

En los siglos siguientes a su integración al Imperio Romano, el Piamonte sufrió sucesivamente las invasiones bárbaras de los visigodos, érulos, ostrogodos, bizantinos, longobardos y francos, cuya penetración en los territorios de la península itálica, en 476, acabó poniendo fin al Imperio Romano de Occidente.

En el siglo X, surgieron en el Piamonte las marcas de Turín (Torino), Ivrea, Susa, Monferrato y Saluzzo, punto de partida de los homónimos marquesados medievales, cuya historia hasta 1418, año en que comienza la unificación piamontesa, y aún por cierto tiempo más, fue una larga sucesión de luchas por un lado, entre los Saboya y los reyes de Francia, y por el otro, entre los propios marquesados piamonteses.

Turín, la Julia Augusta Taurinorum, es colonia romana a partir del siglo I a.C. En 312 d.C, es escenario de la victoria de Constantino sobre Majencio. Posteriormente es dominada por bizantinos, longobardos y francos. Estos últimos la convierten en condado. Luego, entre 940 y 1091, Turín constituye una marca dependiente del Marquesado de Ivrea. Finalmente, con el casamiento de Adelaida, última heredera de dicho marquesado, con Oddone de Saboya, Turín, Ivrea y Susa, pasan a manos de la casa de Saboya. En el siglo XII, Turín se transforma en libero comune, y en 1251 pasa a ser feudo de los Saboya. En 1280, tras el paréntesis relativamente breve de los señoríos de Anjou y de los marqueses de Monferrato, Turín vuelve a manos de Tomás III de Saboya. De allí en más, su historia se identifica definitivamente con la de los Saboya.

Susa (Segusio), de origen celta, fue primeramente municipio romano. En 773, en las proximidades de Susa (Chiuse di Susa), Carlomagno derrota al rey longobardo Desiderio. En 1047, Susa se convierte en pertenencia de los Saboya, y en 1168 repele el ataque de Barbarroja, quien acaba incendiándola en 1173. Algunos años más tarde, con el ya mencionado enlace matrimonial de Adelaida de Ivrea y Oddone de Saboya, la marca de Susa, al igual que Turín e Ivrea, comienza a ser parte de los dominios saboyanos.

Ivrea, la antigua Eporedia, es fundada en 100 a.C. Es sucesivamente capital de un ducado longobardo y de un condado franco. Bajo el gobierno de Berengario II y luego de Arduino, se convierte en la florenciente y así denominada Marca de Italia. Posteriormente, como parte de la dote matrimonial de la marquesa Adelaida, Ivrea integra, en 1091, el conjunto de territorios de la casa de Saboya.

Saluzzo, capital del marquesado homónimo desde 1142 hasta 1548, surge con Manfredo del Vasto († 1175), quien hereda los dominios feudales de su padre Bonifacio. Durante mucho tiempo, Saluzzo es disputado por Francia, que lo ocupa en dos períodos (1487-1490 y 1548-1601), y los Saboya, a quienes es devuelto finalmente por el rey de Francia Enrique IV, en virtud del Tratado de Lyon de 1601.

El Monferrato se constituye en marquesado a fines del siglo X, cuando el emperador Otón I otorga, en 967, el feudo de Monferrato, Acqui, Savona y otros territorios a la familia de los Aleramici. Después de la muerte de Otón I, el feudo se divide entre las dos ramas de marqueses, la de Monferrato y la de Savona. Es aún regido por los vasallos del imperio hasta 1305, en que pasa a la dinastía bizantina de los Paleólogos, que gobiernan en Monferrato hasta 1533, año de la muerte de Giangiorgio Paleólogo. Disputado entre los Gonzaga de Mantua y la casa de Saboya, el emperador Carlos V entregó a Federico Gonzaga (1536) el marquesado, que el emperador Maximiliano II convirtió en ducado (1575). Las muertes de los duques Francesco IV (1612) y Vincenzo II (1627) originaron dos guerras de sucesión en las que la casa de Saboya intentó adueñarse del trono ducal. Pero el Tratado de Cherasco (1631), que puso fin a la cuestión, entronizó en Mantua-Monferrato a la casa francesa de los Gonzaga de Nevers y de Rethel, aunque una parte del territorio fue entregado a los Saboya. Víctor Amadeo II de Saboya, involucrado en la guerra de Sucesión de España, ocupó el Monferrato (1707), posesión que le fue reconocida por los Tratados de Utrecht (1713) y de Rastadt (1714).

La historia piamontesa del siglo XI se caracteriza pues por las anexiones territoriales de los Saboya, quienes extendieron su dominio desde el Valle de Aosta hasta los marquesados de Ivrea y Turín. Pero ¿qué territorios poseían hasta entonces los Saboya? En el siglo X, esta antigua familia condal se alzó con el poder en la región francesa de Saboya, cuna de la dinastía homónima, y el emperador germano Conrado III concedió a Humberto I (el “de las blancas manos”), además del condado de Saboya, el condado de Maurienne, al que se sumaron posteriormente los territorios del Châblais, una parte del Valais (actual cantón suizo) y el condado de Aosta. Con el casamiento de Oddone, hijo de Humberto, con la marquesa Adelaida, las posesiones de los Saboya, como ya se ha visto, abarcaron asimismo los marquesados de Turín, Susa e Ivrea.

En 1263, Pedro II siguió expandiendo su dominio por territorios suizos. En 1285 se produjo la división de los estados saboyanos en tres partes: el condado de Saboya (para la rama principal, al mando de Amadeo V), la baronía de Vaud (gobernada por Ludovico I) y el condado de Acaya en Piamonte. Las posesiones de los barones de Vaud volverían a los condes de Saboya un siglo después, y las de los condes de Acaya, en 1418.

En el siglo XIV, Amadeo VI (1334-1383) unió a sus dominios las ciudades de Chieri y Mondovì (1355), Biella (1379), Santhià y Cuneo (1382). Su sucesor, Amadeo VII (1360-1391) dió a sus posesiones una salida al mar, con la anexión de Niza y otros territorios de Liguria. Su importante obra fue reconocida por el emperador Sigismundo, quien en 1416 le confirió el título de duque.

En el siglo XV, Turín se convirtió en la capital del Ducado de Saboya, y Amadeo VIII añade a sus territorios la ciudad de Vercelli, ganada en 1427 a los Visconti, y algunas tierras del marquesado de Monferrato (1432).

Entre mediados del siglo XV y 1550, la casa de Saboya, envuelta en las guerras franco-españolas, pierde la casi totalidad de sus posesiones. Sin embargo, una vez sancionada la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559, el duque Manuel Filiberto (1528-1580) recupera parte de sus territorios, y en 1574, tras salir victorioso de la batalla de San Quintín, recibe en devolución, del rey de Francia Enrique III, las tierras ocupadas por los franceses.

En 1610, Carlos Manuel I (1562-1630) firma con Enrique IV de Francia el Tratado de Bruzolo, primera afirmación de las aspiraciones saboyanas sobre la Lombardía, mientras mantiene una hábil política de equilibrio entre Francia y España. Sin embargo, la guerra por la sucesión de Mantua y el Monferrato provoca en 1632 la ocupación, por parte de las tropas francesas, de la ciudad de Pinerolo, que volverá a los Saboya solo en 1637. Hasta fines del siglo XVII prevalece en el ducado una política de neto influjo francés, que los Saboya abandonan sin embargo en 1690, para participar en la guerra que la Liga de Augusta había declarado a Francia. De haber aceptado Víctor Amadeo II una alianza con Luis XIV, éste lo habría obligado a entregar las fortalezas de Verrua y Turín. La participación en la guerra de sucesión española, con la victoriosa batalla de Turín y la expulsión de los franceses, vale al Piamonte la devolución de la ciudad de Casale, y la Paz de Utrecht de 1713 asigna a Víctor Amadeo II todo el Monferrato, Alessandria, Valenza, la Lomellina, el Valle del Sesia, y además, Sicilia, sobre la que ejercerá en adelante el título de rey.

En 1720, por el Tratado de La Haya, Piamonte cede a Austria la isla de Sicilia a cambio de Cerdeña, acto por el que queda constituido el Reino de Piamonte y Cerdeña.

En 1738, Carlos Manuel III obtiene, en virtud del Tradado de Viena, las ciudades de Novara y Tortona.


En 1748, la Paz de Aquisgrán lleva la frontera del reino hasta el río Tesino (Ticino).

En 1792, el Piamonte es ocupado por los ejércitos republicanos franceses, y en 1796, por las tropas imperiales comandadas por Napoleón. Es dividido en cinco departamentos: Dora, Po, Stura, Sesia y Marengo. Finalizada la primera campaña napoleónica de Italia, Víctor Amadeo III (1726-1796) se ve obligado, al firmar la Paz de París (15/05/1796), a ceder a Francia las regiones de Niza y Saboya. Su sucesor, Víctor Manuel I (1759-1924), se retira a Cagliari, en Cerdeña, y permanece allí hasta 1814, en que retoma posesión de todos sus territorios franceses y piamonteses.

Así pues, tras una ocupación de veinte años, Piamonte es restituido a los Saboya, y Turín se convierte en el foco de la unificación italiana.

En 1831, con la muerte de Carlos Félix, se extingue la línea primogénita de la casa de Saboya, y tal como ha sido establecido en el Congreso de Viena de 1814, la sucesión al trono corresponde a partir de entonces a la rama de los Saboya Carignano.

Las etapas de la unificación italiana

En noviembre de 1852, Cavour asume el cargo de primer ministro del Reino de Piamonte-Cerdeña, bajo la autoridad de Víctor Manuel II. Su programa de acción es la reunificación de Italia.

En julio de 1858 se celebra entre Napoleón III y Cavour la entrevista de Plombières, en la cual Francia promete al Piamonte ayuda militar contra Austria.

En el mes de noviembre de 1859, en virtud del Tratado de Zurich, el Piamonte obtiene la Lombardía.

En marzo de 1860 se lleva a cabo el Plebiscito de Turín y a cambio de la Lombardía, las regiones transalpinas de Saboya y Niza son cedidas definitivamente a Francia. De allí en más, los Saboya Carignano (Víctor Manuel II, Humberto I, Víctor Manuel III, Humberto II) se suceden a la cabeza del Reino de Italia desde 1861 hasta 1946.

En marzo / abril de 1860, la Toscana, los ducados de Parma y Módena, tras la expulsión de sus príncipes, votan su anexión al Piamonte. Lo mismo sucede con la Romaña al liberarse de la autoridad pontificia.

Desde mayo a octubre de 1860, Garibaldi, que parte del Piamonte con sus mil camisas rojas, desembarca en Sicilia y toma el Reino de las Dos Sicilias, en el que se convierte en dictador.

En septiembre de 1860, para no dejar el Reino de las Dos Sicilias únicamente en manos de Garibaldi, Cavour envía un ejército que atraviesa Italia de un extremo a otro de la península. Las fuerzas piamontesas derrotan entonces las tropas pontificias y éstas capitulan. La región de Roma, protegida por Francia, escapa a la autoridad piamontesa.

En octubre de 1860 se llevan a cabo en Umbria, Marche y en las Dos Sicilias plebiscitos que resultan favorables al Piamonte. Garibaldi acaba por ceder.

En marzo de 1861, Víctor Manuel II es proclamadao rey de Italia.

En octubre de 1866 se celebra el Tratado de Viena, con el que se pone fin a la guerra entre Prusia y Austria. Italia, aliada a Prusia, obtiene la región del Véneto.

En noviembre de 1867, debido a una intervención francesa, los Garibaldinos fracasan en su intento por apoderarse de Roma.

Finalmente, en septiembre de 1870, tras la derrota francesa por los alemanes, las tropas italianas entran, sin combate, en Roma. Por vía de plebiscito, los romanos votan su unión a Italia y Roma se transforma en la capital del reino. El Papa Pío IX, que se considera prisionero, exhorta a los católicos a abstenerse de la vida política.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Ancheuj i massoma ël crin



He dicidido contarles de la carneada, del recuerdo que se gravó a fuego en mi memoria cuando era niño, no por lo agradable de la cosa sino por la impresión horrible que me producía... en fin, ya verán ustedes.

La casa donde se hacía la faena se poblaba de gente: llegaban todos los vecinos, quienes venían a ayudar y a pasar un día de "fiesta" entre parientes y amigos.

Desde muy temprano, en la mañana, se encendía el fuego y se ponía a calentar agua en un enorme caldero. Luego se intentaba inmovilizar al cerdo procurando que al escapar corriera lo menos posible, ya que, a decir de los expertos, si el animal se ponía muy nervioso (léase: se moría de miedo), la carne no sería buena. Se lo degollaba con un cuchillo muy filoso, en medio de un griterio espantoso, y las mujeres recogían inmediatamente la sangre en un recipiente que ponían al fuego, revolviendo la sangre, en la que echaban especias, sal y pimienta, y hacían las morcillas.

Mientras tanto, al pobre cerdo se le ataban las patas traseras, se lo colgaba de unas vigas del galpón, se le tiraba agua hirviendo y se lo "afeitaba" (decían que lo pelaban). Acto seguido, se encendía otro fuego por debajo de la cabeza para eliminar los posibles últimos pelos que le quedaran. Luego, se lo abría en dos y se le extraían los órganos, unos se guardaban para comer asados en el almuerzo o la cena y otros se desechaban. Después se lo colocaba en una mesa inclinada -no sé por qué razón, tal vez para que no quedara nada de líquido- y se lo descuartizaba. Entonces, se separaban cuidadosamente los pedazos de carne que, mezclados con "dados" de tocino, especias, sal y pimienta, se pasaban por la moledora. Recuerdo vagamente que también hacían hervir clavo de olor, lo sacaban del agua y lo escurrían estrujándolo en un lienzo, pero no puedo recordar cómo lo aplicaban posteriormente. También recuerdo que la mezcla de la carne con el tocino y las hierbas aromáticas estaba siempre a cargo de un primo de mi padre, renonocido por todos como el sabio en la materia. Por último, se volvía a pasar la carne por otra maquinita con manivela, por arriba entraba la carne molida y por un costado, donde se enchufaba la tripa, salían los salames Una persona se ocupaba de atarlos y por último, en una habitación, donde no podía haber la más mínima humedad, se los colgaba de los tirantes del techo para que sazonaran...

Ni que decir que todos estos trabajos eran acompañados por cantos, cuentos e infaltablemente, por muchas copas de vino o grappa. A veces alguien tocaba el acordeón y se bailaba...

Espero que estos recuerdos no los hayan impresionado al punto de dejar de comer ricos salames...

Por último, añado aquí algunas palabras y expresiones piamontesas relativas a la carneada, acompañadas de sus equivalencias en español.

ël paireul: el caldero.
scaudé l'eva: calentar el agua.
ël crin: el cerdo.
massé ël crin: matar al cerdo.
plé ël crin: quitar los pelos al cerdo.
la cona: el cuero.
ël muso: el hocico.
j'orìje: las orejas
la coa: la cola.
la carn: la carne.
tajé la carn: cortar la carne.
ij buej: las tripas.
ël lard: el tocino.
ij piotin: las patitas.
ij salam: los salames o chorizos.
ij salam ëd Coni: los codeguines.
la pansëtta: la panceta.
ij bodin: las morcillas.

martes, 16 de octubre de 2012

¿Qué comían nuestros antepasados piamonteses?



Dime qué comes y te diré quién eres...

Si entre los platos que más te gustan o aquellos que recordás a veces con cierta añoranza se encuentran la bagna cauda, el vitel toné, los tallarines, los ravioles, los grisines, el bonet o los friceuj, no dudes de tus orígenes. Por tus venas corre sangre piamontesa.

A decir de los especialistas, los comportamientos alimentarios son parte del tejido de las relaciones culturales que producen y recrean las sociedades. A este respecto, Claude Lévi-Strauss (1968) afirma que la cocina "es un lenguaje en el que cada sociedad codifica mensajes que le permiten expresar por lo menos una parte de lo que es". Los diversos elementos constitutivos del sistema socio-cultural que el ser social interioriza, entre los que se encuentran los comportamientos alimentarios, estructuran las relaciones en que se basa la vida comunitaria, estructuras que construyen la identidad grupal e incluso permiten que se la recree.

En tal sentido, los comportamientos alimentarios son uno de los instrumentos de que disponen los emigrantes para recrear su identidad de grupo en los países de acogida. Simultáneamente, tal recreación de la identidad origina la aparición de fronteras simbólicas de diferenciación dentro del espacio socio-cultural compartido con el resto de la comunidad mayor. Es el mismo fenómeno que se manifiesta, dentro de un mismo país, a través de la reinvindicación de las cocinas regionales.

Ahora bien, al recrear los inmigrantes su identidad de grupo en el nuevo espacio cultural, sus costumbres alimentarias no siempre se reproducen idénticamente, sino que se ven sometidas a un proceso de adaptación, de reorganización, en función de la nueva realidad geográfica y social. El principal factor de variación dependiente del medio natural lo constituye la inexistencia, en tal o cual país o región, de ciertos alimentos o ciertas variedades de ellos. Asimismo puede darse que se vean alterados el número y el horario de las comidas del día en razón de las características, nuevas para el inmigrante, de la organización de las actividades laborales. Por otra parte, tampoco la cantidad de comidas diarias ni su disposición horaria son las mismas según se trate de una familia de agricultores o de una familia de comerciantes.

En cualquier caso, adaptados o no a la nueva realidad, los platos ancestrales del Piamonte hicieron su aparición, del otro lado del Atlántico, en la vasta Pampa argentina. Las mujeres de los inmigrantes piamonteses, recreando y consolidando su identidad de grupo, servían en sus mesas comidas cuyos nombres, archiconocidos para los descendientes de piamonteses, han trascendido las fronteras de la comunidad piamontesa para integrar el listado de platos de todos los restaurantes argentinos.

Antes de pasar revista a los principales platos de la dieta alimentaria piamontesa, deseo dedicar un pequeño espacio a las comidas de las familias de inmigrantes, tal como se desarrollaban a lo largo de la jornada de trabajo, al menos entre mis tíos paternos y maternos, los primeros dedicados a la agricultura y los segundos, a la producción de leche. Me referiré principalmente a las comidas del período del año comprendido entre octubre y marzo, durante el cual las actividades son más numerosas e intensas que en invierno, aunque lo mismo podría decirse de todos los períodos del año en el caso de los tamberos. Para todos ellos, la jornada laboral comenzaba, alrededor de las cinco de la mañana, con el primer desayuno, en el que se tomaba generalmente un tazón de café con leche o mate cocido, acompañado de pan con manteca y dulce. Luego, a media mañana para los cosechadores y alrededor de las ocho, para los que regresaban del tambo, venía el segundo desayuno, más copioso, para reponer energías, en el que se comía pan con salame, queso y otros alimentos. A diferencia de los tamberos (coj ch'a andasìo a monze), que tomaban el segundo desayuno en la casa, los cosechadores lo hacían en medio del campo en el que se llevaba a cabo la cosecha, o sea una suerte de colassion ant ël fassolet (esp.: desayuno envuelto en una servilleta o repasador) que allí les llevaban las mujeres o los niños. A mediodía, nunca después de las doce y media, se procedía al almuerzo. A media tarde, se merendaba en medio de los campos (marenda ant ël fassolet) o en casa, según los casos. Llegada la noche, se reunían en torno a largas mesas para la cena, que los numerosos miembros de la familia compartían a veces con parientes que prestaban ayuda en los trabajos o allegados y peones con los que los unía algún vínculo afectuoso. Entre los diferentes alimentos de la cena (carnes, verduras, etc.) y precediendo a éstos, había invariablemente una sopa, a la que algunos echaban un chorrito de vino.

Lo que al parecer desapareció del panorama estructural de las comidas diarias de nuestros antepasados fue la marenda sinoira, o sea la comida que antiguamente, los campesinos piamonteses consumían al cabo de la jornada de trabajo, merienda rica y copiosa que hacía asimismo las veces de cena.

Volviendo a los platos que componían las comidas de los inmigrantes piamonteses, voy a citar y describir aquí algunos de ellos.

La bagna càuda (lit.: salsa caliente), embajadora internacional del arte culinario piamontés, lleva en su composición: crema de leche, ajo, anchoas saladas y a veces nueces. Se come con variadas verduras crudas y cocidas, entre las que, para los viejos piamonteses, nunca podía faltar el cardo. Se sirve generalmente en una cazuela de barro (p.: pèila, fojòt), y con pinchos o tenedores, los comensales sumergen los trozos de verdura en la salsa y los llevan a la boca sobre una rodaja de pan, lo cual impide que caigan gotas de salsa sobre la mesa.

Ij tajarin (esp.: los tallarines) se comían -y se comen aún hoy- acompañados de una salsa a base de tomate y carne, semejante al ragù italiano. Según mi experiencia personal, en la Argentina ij tajarin llevan un tiempo de cocción algo más largo que en Italia, ya que aquí se comen ligeramente más blandos. Su preparación (amasado, estirado, cortado) implicaba para las amas de casa largas horas de trabajo.

J'agnolòt (it.: ravioli, esp.: ravioles) eran más grandes que los ravioles. Mucho más que en el caso de los tallarines, la elaboración de esta pasta llevaba largas horas de trabajo, ya que, además de la masa, se debía preparar el relleno, sabrosa mezcla de seso, cebolla, espinacas o acelga, albahaca, etc. A veces se reemplazaba el seso por carne. Dada la compleja preparación de j'agnolòt, éstos se reservaban generalmente para el almuerzo dominical. Se comenzaba el sábado con la masa y la cocción del relleno. Éste se extendía sobre una parte de la masa estirada (ël feuj) y se cubría con la otra parte de la masa. Luego, con un utensilio provisto de una ruedida dentada, se cortaba la masa rellena en cuadraditos, o sea j'agnolòt. A la noche, una vez acabada la tarea, se los dejaba sobre la mesa, espolvoreados de harina y cubiertos con repasadores o un mantel. El domingo, al regresar de misa, se los echaba a cocer en agua hirviendo.

Para que este artículo no se transforme en un recetario de cocina, a continuación me limitaré tan sólo a citar otros platos, postres y frutas de la mesa piamontesa:

ij gnòch ëd patate: ñoquis.
ij gnòch verd: ñoquis de verdura.
ij bolè: hongos.
la polenta: polenta.
la mnestra 'd ris e lait: sopa de arroz y leche.
la lenga con ël bagnet verd: lengua con salsa verde.
la levr: liebre.
ël bujì: puchero.
ij caponet: niños envueltos.
ij povron farsì: pimientos rellenos.
le còste panà: tallos de acelga rebozados con pan.
le lumasse: caracoles.
ël polastr: pollo.
la faraon-a: gallineta.
ël biro: pavo.
l'ania: pato.

ël bonet: budín de chocolate y amaretti.
ël ris e lait: arroz con leche.
ël sambajon: sambayón.
ij pom cheuit: compota de manzanas.
ij pruss farsì: peras rellenas.
i persi al siròp: duraznos en almíbar.
ij portugaj: naranjas.
ij semolin: semolines.
ij friceuj: tortitas fritas espolvoreadas de azúcar.

En la mesa de los inmigrantes piamonteses, las comidas se acompañaban -y se acompañan aún hoy- de pan y de ghërsin (esp.: grisines).

Por último, desearía citar dos platos piamonteses que desaparecieron de la mesa de los inmigrantes de la Provincia de Santa Fe. El primero es la fricassà mëscià (esp.: fritura mixta), también conocido con el nombre italiano fritto misto. Este plato se caracteriza por la conjugación de sabores salados y dulces. Se prepara a base de hígado, pulmón, riñón, salchichas, seso, mollejas, morcilla, carré de cordero, pechuga de pollo, ternera, ancas de rana, berenjena, manzana, durazno, damasco, semolines dulces. Excepto las salchichas y morcillas, los demás ingredientes se rebozan en una mezcla de leche, huevo y pan rallado, luego se fríen y se sirven muy calientes. El segundo plato que desapareció de la mesa piamontesa argentina es la carn crùa (esp.: carne cruda), que se sirve con trufas y hongos fileteados.


Bibliografía

La marenda sinoira in http://www.museodelgusto.it/it/cenni-storici/la-marenda-sinoira.html

Otros factores de la identidad de grupo

Además de las costumbres alimentarias, otros instrumentos que se ponen al servicio de la recreación de la identidad de grupo son: la lengua, la confesión religiosa, la onomástica, los oficios, la música, los juegos, la vestimenta, etc. Las prácticas que conlleva cada uno de ellos no tienen probablemente la misma relevancia en todos los casos, pero todas tienden al mismo fin: la reconstrucción de la identidad de origen.

Para nuestros antepasados piamonteses, la lengua piamontesa fue, durante varias décadas (1880-1940), un factor identificatorio sumamente importante. Por otra parte, en la llamada Pampa gringa, la supremacía adquirida por el piamontés en razón de las relaciones comerciales que se mantenían a través de él pronto lo convirtió en una suerte de lingua franca, adoptada por nativos e inmigrantes de otras procedencias. Los únicos lugares en los que se no se hablaba piamontés eran la escuela y la iglesia. Los maestros impartían sus clases en español y los sacerdotes no celebraban misa ni en español ni en piamontés, sino en latín. Cabe también recordar que no todos los inmigrantes piamonteses de la Pampa gringa hablaban originalmente piamontés, sino otras lenguas y dialectos presentes hasta el día de hoy en el territorio del Piamonte.  

A este respecto, véase asimismo Las lenguas de nuestros antepasados.

Resulta oportuno señalar que el sociolingüista Marco Giolitto, en su magistral obra La communauté piémontaise d'Argentine (2010), realiza un análisis pormenorizado de los diversos aspectos lingüísticos del combate (sic) que implicó la inserción de los piamonteses en la sociedad pampeana.

Otras manifestaciones importantes de la reconstrucción identitaria fueron el canto, íntimamente relacionado con la lengua, y la música. Ambos estaban presentes en las celebraciones familiares (bautizos y casamientos) y en las reuniones entre amigos, en las que raras veces no se jugaba a los naipes y a las bochas.



La gran mayoría de nuestros antepasados piamonteses profesaban la fe católica. Sin embargo, también se afincaron en la Provincia de Santa Fe, aunque en número considerablemente menor, otros inmigrantes procedentes del Piamonte que eran adeptos al valdeísmo. En ambos casos, el asistir a la misa o al culto operó como factor aglutinante, tendiente a la reconstrucción de la identidad de grupo. Contrariamente a la situación en que se encontraron los piamonteses católicos al llegar a la Argentina, cuya religión preeminente era y es el catolicismo, en el caso de los piamonteses valdenses, el factor religioso jugó un rol sumamente importante en la recreación de la identidad de grupo.

En lo referente a los piamonteses valdenses, véase asimismo Apellidos valdenses en actas sacramentales de algunas parroquias católicas.

El concurrir a la iglesia los domingos favorecía los encuentros entre parientes y amigos, quienes, terminada la misa, se reunían en el atrio para intercambiar las últimas noticias relacionadas con la vida familiar y las actividades del campo. Lo mismo sucedía después de los oficios fúnebres y muy particularmente, en el cementerio, los días de los Santos y Difuntos, que congregaban en torno a las tumbas y mausoleos de los seres queridos a decenas de parientes y allegados.


 

Un rol relevante en la recreación de la identidad de grupo fue asimismo el que jugaba, a la hora de bautizar a los niños, la elección de los nombres de pila. En ellos, por tradición secular, se reproducían generalmente los nombres de los abuelos paternos y maternos, como también, a veces, los de los padrinos de bautismo, a los que un vínculo de parentesco unía con los padres de los recién nacidos. Tal transmisión onomástica constituía otro elemento identitario en la sociedad de acogida y a la vez remitía en línea ininterrumpida a referentes familiares del terruño natal.

Otra de las marcas identificatorias de la comunidad piamontesa fue la que le otorgaban el oficio o la profesión ejercida por la mayoría de sus miembros. En un elevado porcentaje, nuestros antepasados piamonteses se dedicaban a la agricultura, a la cría de ganado o a la producción de leche. A este respecto, resulta interesante observar las cifras arrojadas por los censos (1) o reflejadas en las obras de historiadores locales como Juan. J. Schwind (2), J. Perrone (3) y tantos otros. En fuerte contraposición numérica se encuentran los conjuntos constituídos por un lado, por agricultores y tamberos y por el otro, por comerciantes y artesanos, diferencia cuantitativa que, como es lógico pensar, ya se daba en los países europeos. Tanto unos como otros habían huído de la terrible crisis económica que azotaba por entonces a Europa y particularmente a Italia, cuya fuerte depresión económica se debía asimismo en gran parte a las onerosas guerras con que se había llevado a cabo la reciente unificación. En palabras del ya mencionado M. Giolitto, otro factor no menos relevante del éxodo piamontés fue la industrialización y la consiguiente marginalización de vastos sectores de la población.


(1) Censo de la Provincia de Santa Fe (1887) y II Censo Nacional (1985).
(2) Historia de San Carlos, p. 150, Santa Fe,

(3) El Diario de la historia argentina 1852-1916, tomo 2, Buenos Aires, Ediciones Latitud, 1979

domingo, 14 de octubre de 2012

Los nombres de lugares


Iglesia di Pieve di Scalenghe

En cierta ocasión, hace ya varios años, un amigo turinés, para quien estaba yo traduciendo algunos artículos de su página Vecchio Piemonte, me preguntaba por qué razón en mis traducciones aparecían palabras como Turín y Piamonte, en vez de Torino y Piemonte. Mi primera respuesta, que no por espontánea me parecía menos tonta, fue que mis textos estaban escritos en español, al contrario de los textos originales, los cuales, obviamente, estaban en italiano. Yo creía que de esta manera la cuestión quedaba zanjada, pero no fue así ya que mi amigo me respondió diciéndome que Torino era Torino y Piemonte, Piemonte... A vuelta de correo, le pregunté yo a él por qué los italianos dicen: Catalogna y no Catalunya (o Cataluña), Inghilterra y no England, Parigi y no Paris, Mosca y no Moskvá (transliteración de Москва), Monaco (in Baviera) y no München... Y para reforzar mi postura, lo invité asimismo a preguntarse, situándose en su propio medio geográfico, por qué los nombres de lugares piamonteses casi nunca se dicen de la misma manera en piamontés y en italiano. ¿Por qué Turin es Torino? ¿Por qué Cavlimor es Cavallermaggiore? ¿Por qué Pinareul es Pinerolo?

Y es que desde la aparición, en los siglos IX y X, de los primeros textos en lenguas vernáculas hasta la constitución, a partir de los siglos XII y XIII, de los antiguos reinos, las lenguas europeas se irán afirmando cada vez más. No sólo se usarán en los intercambios cotidianos, sino también en documentos de corte administrativo. Además, con la creciente importancia de la religión y su consiguiente difusión masiva entre todas las clases sociales, se irá imponiendo una enseñanza generalizada, ya no en latín sino en las diversas lenguas vulgares europeas.

Entre las numerosísimas palabras romances que suplantan en cada país los vocablos latinos, los nombres de lugares, sean éstos toponímicos (países, regiones, comarcas, ciudades, aldeas), orográficos (montañas) o hidrográficos (cursos de agua), no son, generalmente, la excepción.

Véase asimismo Nombres e identidad de las personas.

En conclusión, desde tiempos antiguos, a un mismo lugar se le asignan -aunque no siempre- denominaciones diferentes e incluso a veces desconcertantes a primera vista, según sea la lengua de quien se refiera a dicho lugar. Lo mismo puede decirse de los adjetivos gentilicios, es decir aquellos adjetivos que denotan el origen de las personas.

Para ilustrar lo expresado hasta aquí, se presentan a continuación dos listados: el primero, de nombres de lugares en piamontés (p.), y el segundo, de adjetivos gentilicios piamonteses, con sus respectivas equivalencias en las lenguas de mayor presencia histórica en el territorio piamontés: italiano (it.) y francés (fr.), como asimismo en español (esp.).

Almagna (p.): Germania (it.), Alemaña (esp.), Allemagne (fr.).
Anghiltèra (p.): Inghilterra (it.), Inglaterra (esp.), Angleterre (fr.).
Argentin-a (p.): Argentina (it., esp.), Argentine (fr.).
Ast (p.): Asti (it., esp., fr.).
Cher (p.): Chieri (it., esp., fr.).
Coni (p.): Cuneo (it., esp.), Coni (fr.).
Fransa (p.): Francia (it., esp.), France (fr.).
Lissandria (p.): Alessandria (it., esp., fr.).
Monfrà (p.): Monferrato (it., esp.), Montferrat (fr.).
Piemont (p.): Piemonte (it.), Piamonte (esp.), Piémont (fr.).
Pinareul (p.): Pinerolo (it., esp.), Pignerol (fr.).
Salusse (p.): Saluzzo (it., esp.), Saluces (fr.).
Svissra (p.): Svizzera (it.), Suiza (esp.), Suisse (fr.).
Turin (p.): Torino (it.), Turín (esp.), Turin (fr.).
Vërsèj (p.): Vercelli (it., esp.), Verceil (fr.).

Alman, alman-a (p.): tedesco, tedesca (it.), alemán, alemana (esp.), allemand, allemande (fr.).
Anglèis, anglèisa (p.): inglese (it.), inglés, inglesa (esp.), anglais, anglaise (fr.).
Argentin, argentin-a (p.): argentino, argentina (it., esp.), argentin, argentine (fr.).
Fransèis, fransèisa (p.): francese (it.), francés, francesa (esp.:), français, française (fr.).
Monfrin, monfrin-a (p.): monferrino, monferrina (it.).
Spagneul, spagneula (p.): spagnolo, spagnola (it.), español, española (esp.), espagnol, espagnole (fr.).
Piemontèis, piemontèisa (p.): piemontese (it.), piamontés, piamontesa (esp.), piémontais, piémontaise (fr.).
Turinèis, turinèisa (p.): torinese (it.), turinés, turinesa (esp.), turinois, turinoise (fr.).

Por último, he aquí, para los cultores de la lengua piamontesa, algunos nombres de municipios piamonteses más pequeños (de las Provincias de Turín y Cuneo), acompañados de sus respectivas equivalencias italianas (*). Dichos topónimos no se han escogido al azar, sino en función de la diferencia fonética y gráfica que los separa de los correspondientes términos italianos.

Ajè: Agliè.
Alvon: Levone.
Arvel: Revello.
Assej: Acceglio.
Avrùa: Verrua Torinese.
Bagneul: Bagnolo Piemonte.
Baussé: Baldissero d'Alba.
Breuso: Brozolo.
Caraj: Caraglio.
Castlinaud: Castellinaldo.
Cavalion: Cavallerleone.
Cavlimor: Cavallermaggiore.
Cheuri: Corio.
Ciavrie: Caprie.
Cimon: Chiomonte.
Crisseul: Crissolo.
Dojan: Dogliano.
Droné: Dronero.
Ëlzegn: Lesegno.
Flèt: Feletto.
Lech: Lequio Berria.
Mesnil: Mezzenile.
Monastireu: Monasterolo di Savigliano.
Moncalé: Moncalieri.
Montàut: Montaldo Dora.
Nosèj: Nucetto.
Pancalé: Pancalieri.
Pre: Perrero.
Psinaj: Pessinetto.
Rolaj: Roletto.
Sàussa: Salza di Pinerolo.
Sësnasch: Cercenasco.
Seva: Ceva.
Sicheugn: Ciconio.
Sié: Cigliè.
Srèj: Ceretto delle Langhe.
Venàus: Venalzio.
Vian-a: Avigliana.
Vigon: Vigone.

(*) Extraído de Ël Neuv Gribaud - Dissionari Piemontèis (Tèrsa edission), Daniela Piazza Editore, Torino 1996.

Lenguas e identidad de las personas



Hace unos días, una pregunta formulada por una persona con quien mantengo en Facebook un intercambio de información genealógica acerca de sus antepasados piamonteses, radicados en la Argentina, me hizo pensar que debía dedicar una entrada de este blog a un tema sobre el que no he dejado de reflexionar desde que era niño.

Se trata por un lado, del uso del español y/o de otra lengua por parte de los inmigrantes piamonteses, y por el otro, de la españolización, en las actas eclesiásticas y civiles argentinas, de los nombres de pila de los extranjeros. A mi entender, ambas cuestiones, como intentaré explicar a continuación, se encuentran estrechamente relacionadas.

En el Ducado de Saboya, cuyas tierras se extendían a ambos lados de los Alpes, la adopción de la lengua italiana, conjuntamente con la del francés, es obra de Manuel Filiberto, quien, en 1561, ordena que todas las actas oficiales se redacten en francés en las provincias de Saboya (actualmente francesas), el Valle de Aosta y los valles occitanos (Piamonte), y en italiano, en el resto del Piamonte. No obstante, la lengua del pueblo era el piamontés, hablado por los mismos soberanos, incluso en celebraciones oficiales. Entonces como hoy, el piamontés presentaba variedades dialectales: torinese, monferrino, astigiano, biellese, vercellece, etc. Además, en las zonas de montaña, próximas a la frontera francesa, se hablaban y se hablan aún actualmente patois de franco-provenzal y de occitano (o provenzal). Una variedad específica de este último es la de Niza, cuyo condado pertenecía igualmente a los dominios de los Saboya.

A las lenguas citadas se suman asimismo: el francés, con mayor o menor presencia en la corte turinesa según los períodos históricos, el judeo-piamontés, hablado hasta la segunda Guerra Mundial, el walser (v. Las lenguas de nuestros antepasados) y el sinto, lengua de los gitanos piamonteses.

Esta fue durante siglos la situación lingüística del Piamonte.

Ahora bien, en el siglo XX, tal estado de cosas cambia con el advenimiento del fascismo. La política nacionalista mussoliniana propina un duro golpe a las lenguas locales y pronto se procede a la italianización de topónimos (a veces, con resultados ridículos), apellidos y palabras extranjeras, como también al cierre de escuelas bilingües y la supresión de diarios en lenguas que no fuesen la italiana. Durante varias décadas, en las conversaciones familiares, los adultos, dirigiéndose a sus hijos, dejaron de usar la lengua local (piamontesa u otra) y les transmitieron, consciente o inconscientemente, el desprecio por la lengua materna inculcado por la política reinante. A todos ellos les cortaron la lengua...

Si bien es cierto que este sentimiento lingüístico no pudo contagiar a los inmigrantes que dejaron Italia antes de la época mussoliniana, no menos cierto es que su inserción en la realidad argentina acarrearía en muchos casos una situación análoga a la vivida por aquellos que no habían emigrado. A la comprensible necesidad de aprender la lengua del país de acogida se sumó -aunque no siempre, afortunadamente- cierto recelo a hablar la lengua ancestral. Por vías sumamente complejas que no me detendré a analizar aquí, también hasta ellos había llegado aquel concepto de que lo que hablaban no era una lengua sino un dialecto, una forma lingüística inferior que había que evitar. Y además, como si esto no bastara, se temía que la práctica de otra lengua en la casa entorpeciera el proceso de aprendizaje de la lengua oficial en la escuela... A ellos no les habían cortado la lengua en su tierra natal pero se la (auto)cortaron en la tierra de adopción.  

Siempre me sorprendió el hecho de que mis abuelos y mis padres hablaran mucho más en su lengua que en español. No me refiero sólo a la frecuencia con que lo hacían en cada una de ellas, sino principalmente a la cantidad y diversidad de palabras que usaban para aludir a los temas abordados en sus conversaciones. Una era su lengua materna, espontánea, adquirida en el seno familiar, lengua en la que se plasmaba el riquísimo patrimonio cultural que habían recibido por transmisión directa de padres a hijos; otra, la lengua que habían aprendido en las aulas, una lengua que, si bien gozaba de mayor prestigio social, no alcanzaba a reflejar de manera cabal y satisfactoria las estructuras mentales creadas por la lengua materna... La lengua aprendida en el colegio era una suerte de lengua ortopédica, porque la otra... se la habían cortado...

Lo mismo he podido observar en un grupo de paraguayos que conocí recientemente en Córdoba. Si bien la situación que voy a describir tal vez no se dé en el Paraguay de la misma manera que en la Argentina, lo que he observado en las conversaciones de estos trabajadores puede servir de punto de partida a muchas reflexiones. Cuando hablan entre ellos, en guaraní, hay una infinidad de palabras, risas, guiños, gestos... pero cuando lo hacen con otras personas, en español, hay vacilaciones, tropiezos, silencios, en fin, menos caudal lingüístico, o sea menos caudal informativo. Y es que pese al estatus de lengua oficial compartido por el español y el guaraní, la lengua materna de muchísimos paraguayos no es el español, sino el guaraní, y éste, durante siglos, fue oprimido por la lengua de dominación. Consecuencia de ello: al igual que los inmigrantes piamonteses, millones de paraguayos son víctimas de una grave amputación: les han cortado la lengua... Por si este ejemplo no fuera el que mejor refleja lo que quiero decir, pensemos en la situación de aquellos argentinos pertenecientes a etnias aborígenes: aymaras, kollas, mapuches y tantos otros.

En un medio totalmente diferente, el de mis alumnos de francés en la Universidad de Córdoba, también he observado el mismo fenómeno en tiempos en los que decir algo en lengua materna en las clases era poco menos que pecado mortal... Nadie podrá discutir lo provechoso que resulta que profesores y alumnos se comuniquen en la lengua que éstos se han propuesto aprender, pero también debemos reconocer lo penoso que resulta ver la infinita frustración del estudiante que, ubicado en una suerte de limbo entre la lengua materna y la extranjera, no logra expresar todo aquello que desearía transmitir. A ellos también les cortábamos la lengua...

En todos estos casos, la amputación de la lengua materna conduce inexorablemente a un desmedro del sentimiento de pertenencia social: ya no se es parte de la comunidad socio-cultural en que se ha nacido y que nos ha nutrido, pero tampoco se pertenece totalmente a la otra.

El segundo punto de reflexión de este modesto desarrollo es el de la traducción de los nombres de pila de los extranjeros. Comenzaré diciendo, por dar tan sólo un ejemplo, que barba Steu Alloa Casale (tío de mi madre), el señor Esteban Alloa Casale, nombre que se lee en su lápida fúnebre y con que lo conocían sus vecinos y amigos, y el Stefano Alloa Casale de las actas de nacimiento y bautismo italianas, fueron una misma y única persona. Como él, miles de inmigrantes, al llegar a la Argentina, vieron que sus nombres tomaban nuevas formas. Así, por ejemplo, de un día para otro, los que se llamaban Giacomo pasaron a llamarse Santiago, las mujeres que se llamaban Agnese se convertían en Inés, con el agravante, en este último caso, de que el nombre Ines, acentuado en la primera vocal y diferente de Agnese, también existe en Italia.

Cabe preguntarse que hubiera sido de los nombres de miles de otras personas si hubieran emigrado y elegido como lugar de residencia a la Argentina. Por suerte, no lo han hecho, y así, Brigitte Bardot no se convirtió en Brígida Bardot, ni Charles De Gaulle en Carlos De Gaulle (o lo que sería peor, Carlos de la Gallia), ni François Mitterrand en Francisco Mitterrand, ni Giulietta Masina en Julieta Masina (¿la hubiera amado lo mismo Federico Fellini?), ni John Kennedy en Juan Kennedy, etc., etc., etc. Indudablemente, el mayor celo puesto al servicio de la (auto)adaptación a los usos y costumbres de la sociedad argentina fue el de un sacerdote que, batiendo todos los récords, registró al niño al que había bautizado (y cuya acta transcribí personalmente) con el apellido Cuatrojos, en vez del original Quattrocolo. Afortunadamente, la tendencia actual es - aunque no siempre ni en todos los países- no traducir los nombres de pila en las actas oficiales.

Ahora bien, es preciso aclarar que la traducción de los nombres de personas importantes y célebres ha sido una práctica ampliamente difundida a través de la siglos. Papas, emperadores, reyes, embajadores y otras personalidades de relevancia eran conocidos por los nombres por los que se traducían sus nombres originales en cada una de las comunidades lingüísticas. Sin embargo, a ninguno de ellos, cuando se encontraban de visita en otros países, se los llamaba por nombres que no fueran originalmente los suyos, del mismo modo que, en la actualidad, al rey de España se lo conoce como don Juan Carlos (de Borbón) no sólo en su tierra sino en todos los países que visita. Similar procedimiento se da desde antiguo con los nombres toponímicos, sean éstos de países, regiones, comarcas, ciudades, etc., como asimismo con los nombres orográficos e hidrográficos. A estas denominaciones históricas de los lugares les dedico el siguiente artículo de mi blog: Los nombres de lugares.

Volviendo a la traducción de los nombres de pila de nuestros antepasados, mi opinión, que por lo demás es la de muchos psicólogos, sociólogos y lingüistas, es que tal sustitución onomástica constituye otra de las tantas maneras -si no la peor- en que se puede menoscabar la identidad de las personas. Desde el punto de vista cultural y psicológico, ciertos pueblos consideran que el nombre de la persona es la propia persona, de manera que alterar el nombre de alguien es alterar su identidad. En ciertas creencias orientales, para sanar a un enfermo se le cambia de nombre. De la suma importancia del nombre ya nos hablan los textos bíblicos: el nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar nuestro nombre es darnos a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente (*).

Dirigirse a una persona llamándola por un nombre que no es el suyo es como no hablar con ella, es, en cierto modo, ponerla en la situación de aquellos a los que se les ha cortado la lengua.  


(*) in http://www.labibliaonline.com.ar/WebSites/LaBiblia/CATIC.nsf/($All)/034?OpenDocument.


Bibliografía y referencias
La communauté piémontaise d'Argentine de Marco Giolitto, m press, München, 2010.
http://it.wikipedia.org/wiki/Ducato_di_Savoia#Lingua
http://www.italica.rai.it/principali/lingua/bruni/schede/politica.htm
http://www.scuole.vda.it/Istclassico/sitoliceo/matdid/unitaditalia.pdf
http://www.treccani.it/enciclopedia/chiesa-e-lingua_(Enciclopedia_dell'Italiano)/
http://www.treccani.it/enciclopedia/risorgimento-e-lingua_(Enciclopedia-dell'Italiano)/
http://www.webalice.it/davi.luciano/Vari_PDF/dichiarassionperlalenga.pdf