domingo, 14 de octubre de 2012

Lenguas e identidad de las personas



Hace unos días, una pregunta formulada por una persona con quien mantengo en Facebook un intercambio de información genealógica acerca de sus antepasados piamonteses, radicados en la Argentina, me hizo pensar que debía dedicar una entrada de este blog a un tema sobre el que no he dejado de reflexionar desde que era niño.

Se trata por un lado, del uso del español y/o de otra lengua por parte de los inmigrantes piamonteses, y por el otro, de la españolización, en las actas eclesiásticas y civiles argentinas, de los nombres de pila de los extranjeros. A mi entender, ambas cuestiones, como intentaré explicar a continuación, se encuentran estrechamente relacionadas.

En el Ducado de Saboya, cuyas tierras se extendían a ambos lados de los Alpes, la adopción de la lengua italiana, conjuntamente con la del francés, es obra de Manuel Filiberto, quien, en 1561, ordena que todas las actas oficiales se redacten en francés en las provincias de Saboya (actualmente francesas), el Valle de Aosta y los valles occitanos (Piamonte), y en italiano, en el resto del Piamonte. No obstante, la lengua del pueblo era el piamontés, hablado por los mismos soberanos, incluso en celebraciones oficiales. Entonces como hoy, el piamontés presentaba variedades dialectales: torinese, monferrino, astigiano, biellese, vercellece, etc. Además, en las zonas de montaña, próximas a la frontera francesa, se hablaban y se hablan aún actualmente patois de franco-provenzal y de occitano (o provenzal). Una variedad específica de este último es la de Niza, cuyo condado pertenecía igualmente a los dominios de los Saboya.

A las lenguas citadas se suman asimismo: el francés, con mayor o menor presencia en la corte turinesa según los períodos históricos, el judeo-piamontés, hablado hasta la segunda Guerra Mundial, el walser (v. Las lenguas de nuestros antepasados) y el sinto, lengua de los gitanos piamonteses.

Esta fue durante siglos la situación lingüística del Piamonte.

Ahora bien, en el siglo XX, tal estado de cosas cambia con el advenimiento del fascismo. La política nacionalista mussoliniana propina un duro golpe a las lenguas locales y pronto se procede a la italianización de topónimos (a veces, con resultados ridículos), apellidos y palabras extranjeras, como también al cierre de escuelas bilingües y la supresión de diarios en lenguas que no fuesen la italiana. Durante varias décadas, en las conversaciones familiares, los adultos, dirigiéndose a sus hijos, dejaron de usar la lengua local (piamontesa u otra) y les transmitieron, consciente o inconscientemente, el desprecio por la lengua materna inculcado por la política reinante. A todos ellos les cortaron la lengua...

Si bien es cierto que este sentimiento lingüístico no pudo contagiar a los inmigrantes que dejaron Italia antes de la época mussoliniana, no menos cierto es que su inserción en la realidad argentina acarrearía en muchos casos una situación análoga a la vivida por aquellos que no habían emigrado. A la comprensible necesidad de aprender la lengua del país de acogida se sumó -aunque no siempre, afortunadamente- cierto recelo a hablar la lengua ancestral. Por vías sumamente complejas que no me detendré a analizar aquí, también hasta ellos había llegado aquel concepto de que lo que hablaban no era una lengua sino un dialecto, una forma lingüística inferior que había que evitar. Y además, como si esto no bastara, se temía que la práctica de otra lengua en la casa entorpeciera el proceso de aprendizaje de la lengua oficial en la escuela... A ellos no les habían cortado la lengua en su tierra natal pero se la (auto)cortaron en la tierra de adopción.  

Siempre me sorprendió el hecho de que mis abuelos y mis padres hablaran mucho más en su lengua que en español. No me refiero sólo a la frecuencia con que lo hacían en cada una de ellas, sino principalmente a la cantidad y diversidad de palabras que usaban para aludir a los temas abordados en sus conversaciones. Una era su lengua materna, espontánea, adquirida en el seno familiar, lengua en la que se plasmaba el riquísimo patrimonio cultural que habían recibido por transmisión directa de padres a hijos; otra, la lengua que habían aprendido en las aulas, una lengua que, si bien gozaba de mayor prestigio social, no alcanzaba a reflejar de manera cabal y satisfactoria las estructuras mentales creadas por la lengua materna... La lengua aprendida en el colegio era una suerte de lengua ortopédica, porque la otra... se la habían cortado...

Lo mismo he podido observar en un grupo de paraguayos que conocí recientemente en Córdoba. Si bien la situación que voy a describir tal vez no se dé en el Paraguay de la misma manera que en la Argentina, lo que he observado en las conversaciones de estos trabajadores puede servir de punto de partida a muchas reflexiones. Cuando hablan entre ellos, en guaraní, hay una infinidad de palabras, risas, guiños, gestos... pero cuando lo hacen con otras personas, en español, hay vacilaciones, tropiezos, silencios, en fin, menos caudal lingüístico, o sea menos caudal informativo. Y es que pese al estatus de lengua oficial compartido por el español y el guaraní, la lengua materna de muchísimos paraguayos no es el español, sino el guaraní, y éste, durante siglos, fue oprimido por la lengua de dominación. Consecuencia de ello: al igual que los inmigrantes piamonteses, millones de paraguayos son víctimas de una grave amputación: les han cortado la lengua... Por si este ejemplo no fuera el que mejor refleja lo que quiero decir, pensemos en la situación de aquellos argentinos pertenecientes a etnias aborígenes: aymaras, kollas, mapuches y tantos otros.

En un medio totalmente diferente, el de mis alumnos de francés en la Universidad de Córdoba, también he observado el mismo fenómeno en tiempos en los que decir algo en lengua materna en las clases era poco menos que pecado mortal... Nadie podrá discutir lo provechoso que resulta que profesores y alumnos se comuniquen en la lengua que éstos se han propuesto aprender, pero también debemos reconocer lo penoso que resulta ver la infinita frustración del estudiante que, ubicado en una suerte de limbo entre la lengua materna y la extranjera, no logra expresar todo aquello que desearía transmitir. A ellos también les cortábamos la lengua...

En todos estos casos, la amputación de la lengua materna conduce inexorablemente a un desmedro del sentimiento de pertenencia social: ya no se es parte de la comunidad socio-cultural en que se ha nacido y que nos ha nutrido, pero tampoco se pertenece totalmente a la otra.

El segundo punto de reflexión de este modesto desarrollo es el de la traducción de los nombres de pila de los extranjeros. Comenzaré diciendo, por dar tan sólo un ejemplo, que barba Steu Alloa Casale (tío de mi madre), el señor Esteban Alloa Casale, nombre que se lee en su lápida fúnebre y con que lo conocían sus vecinos y amigos, y el Stefano Alloa Casale de las actas de nacimiento y bautismo italianas, fueron una misma y única persona. Como él, miles de inmigrantes, al llegar a la Argentina, vieron que sus nombres tomaban nuevas formas. Así, por ejemplo, de un día para otro, los que se llamaban Giacomo pasaron a llamarse Santiago, las mujeres que se llamaban Agnese se convertían en Inés, con el agravante, en este último caso, de que el nombre Ines, acentuado en la primera vocal y diferente de Agnese, también existe en Italia.

Cabe preguntarse que hubiera sido de los nombres de miles de otras personas si hubieran emigrado y elegido como lugar de residencia a la Argentina. Por suerte, no lo han hecho, y así, Brigitte Bardot no se convirtió en Brígida Bardot, ni Charles De Gaulle en Carlos De Gaulle (o lo que sería peor, Carlos de la Gallia), ni François Mitterrand en Francisco Mitterrand, ni Giulietta Masina en Julieta Masina (¿la hubiera amado lo mismo Federico Fellini?), ni John Kennedy en Juan Kennedy, etc., etc., etc. Indudablemente, el mayor celo puesto al servicio de la (auto)adaptación a los usos y costumbres de la sociedad argentina fue el de un sacerdote que, batiendo todos los récords, registró al niño al que había bautizado (y cuya acta transcribí personalmente) con el apellido Cuatrojos, en vez del original Quattrocolo. Afortunadamente, la tendencia actual es - aunque no siempre ni en todos los países- no traducir los nombres de pila en las actas oficiales.

Ahora bien, es preciso aclarar que la traducción de los nombres de personas importantes y célebres ha sido una práctica ampliamente difundida a través de la siglos. Papas, emperadores, reyes, embajadores y otras personalidades de relevancia eran conocidos por los nombres por los que se traducían sus nombres originales en cada una de las comunidades lingüísticas. Sin embargo, a ninguno de ellos, cuando se encontraban de visita en otros países, se los llamaba por nombres que no fueran originalmente los suyos, del mismo modo que, en la actualidad, al rey de España se lo conoce como don Juan Carlos (de Borbón) no sólo en su tierra sino en todos los países que visita. Similar procedimiento se da desde antiguo con los nombres toponímicos, sean éstos de países, regiones, comarcas, ciudades, etc., como asimismo con los nombres orográficos e hidrográficos. A estas denominaciones históricas de los lugares les dedico el siguiente artículo de mi blog: Los nombres de lugares.

Volviendo a la traducción de los nombres de pila de nuestros antepasados, mi opinión, que por lo demás es la de muchos psicólogos, sociólogos y lingüistas, es que tal sustitución onomástica constituye otra de las tantas maneras -si no la peor- en que se puede menoscabar la identidad de las personas. Desde el punto de vista cultural y psicológico, ciertos pueblos consideran que el nombre de la persona es la propia persona, de manera que alterar el nombre de alguien es alterar su identidad. En ciertas creencias orientales, para sanar a un enfermo se le cambia de nombre. De la suma importancia del nombre ya nos hablan los textos bíblicos: el nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar nuestro nombre es darnos a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente (*).

Dirigirse a una persona llamándola por un nombre que no es el suyo es como no hablar con ella, es, en cierto modo, ponerla en la situación de aquellos a los que se les ha cortado la lengua.  


(*) in http://www.labibliaonline.com.ar/WebSites/LaBiblia/CATIC.nsf/($All)/034?OpenDocument.


Bibliografía y referencias
La communauté piémontaise d'Argentine de Marco Giolitto, m press, München, 2010.
http://it.wikipedia.org/wiki/Ducato_di_Savoia#Lingua
http://www.italica.rai.it/principali/lingua/bruni/schede/politica.htm
http://www.scuole.vda.it/Istclassico/sitoliceo/matdid/unitaditalia.pdf
http://www.treccani.it/enciclopedia/chiesa-e-lingua_(Enciclopedia_dell'Italiano)/
http://www.treccani.it/enciclopedia/risorgimento-e-lingua_(Enciclopedia-dell'Italiano)/
http://www.webalice.it/davi.luciano/Vari_PDF/dichiarassionperlalenga.pdf

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